Por Francisco Roberto Ramírez-Ramírez
Hablar de aborto no es sencillo, y no lo es porque en derredor
de este concepto habita un halo de misticismo y tabú que tiene que ver con la percepción
del concepto vida, y por ello –también– con la noción misma de ser
humano, es por ello que, el aborto es un tema tan complejo y polifacético para
su análisis; hoy, queremos abordarlo desde la perspectiva jurídica, y por ello
debemos reconocer, en inicio, que todo concepto jurídico, es decir, todo
concepto de derecho, debe estar formulado al servicio del ser humano, pues el
derecho mismo es un producto humano para el servicio de la humanidad; asimismo
debemos reconocer que el derecho y los conceptos jurídicos, no son inmutables
porque por su origen son accesorios o dependientes del ser humano, y luego, la
evolución humana impacta, entonces, también en el derecho.
En este orden de ideas debemos comenzar por reconocer que pensar
en aborto obliga a pensar en conceptos jurídicos contemporáneos, y que deben
ser producto de una teleología muy precisa, la del servicio al ser humano, pues
bien, es aquí donde debemos decir que los conceptos jurídicos no se agotan en
la ley, pues si bien, la ley –en nuestro sistema– es una importante fuente de
derecho y un también muy importante tamiz resolutor, eso no significa que sea
el único ni que sea el más eficaz, pues incluso el texto de la ley puede estar
errado y, por el contrario, reñir con el concepto de derecho.
Lo anterior lo sostenemos así como preámbulo a la idea de
aborto como delito, en efecto el aborto es (en algunos lugares) un delito, sólo
porque la ley penal así lo precisa, pero hace falta un estudio mucho más
profundo para definir hoy día la conveniencia de criminalización de este evento, y para
ello no podemos reducir la discusión a la singular idea o debate de la vida del
producto; y no podemos hacerlo porque en tal evento se incumben muchos más
elementos que el solo concepto vida, por cierto, algunos de ellos también harto
problemáticos y complejos.
Pensar en Derecho penal hoy día debe ser pensar en un contexto
mayor y complejo del ser humano, en su dignidad, en la relaciones interpersonales
y las del ser humano con su entorno, en búsqueda de paz social, de bienestar y
no de represión, ni de autoritarismo, ni de imposición ideológica; no, el derecho
no puede y no debe ser un artífice modelador de criterios a capricho del poder
público; por el contrario, debemos reconocer en el derecho –en el penal, desde
luego– un limite efectivo al ejercicio del poder público, un vínculo de concesión
de espacio vital para el ser humano frente al control y la administración estatal;
por ello cuando hablamos del aborto es imperioso comprender el contexto en el
que esta demanda se ha presentado en nuestra realidad contemporánea, una
realidad de violencia contra la mujer, y no sólo una violencia simbólica (que
sí la hay y es muy difundida) sino una violencia efectiva que termina en
menguar el desarrollo efectivo de su humanidad misma, de su dignidad.
Asimismo, se trata de un problema de salud, y un problema cultural y educativo, que tiene que ver con la salud sexual y con la educación sexual, y dichos rubros (todos los antes dichos) no se ponen en el contexto de debate de esta problemática. Nosotros apostamos por la necesidad de socialización efectiva del concepto aborto, con todas las implicaciones que su complejo contexto conlleva, y no sólo la discusión –reduccionista– de vida contra muerte. En este contexto de debate debe entrar desde luego la noción de aborto vista desde el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, del que México forma parte, y al cuál está supeditado también, en reconocimiento progresivo, efectivo y eficaz de Derechos Humanos, situación que también parece olvidada en el debate corriente de esta problemática en gran parte de nuestro México.
Finalmente, insistimos en que el presente debate no es uno ético, no es uno de creencias de arraigo en la moralidad religiosa, no, se trata de un debate racional, progresista y de beneficio para el ser humano mismo, en el reconocimiento nuclear de su dignidad y la efectivización de ésta a través del derecho, aunque a veces pareciera que más bien sucede a pesar del derecho, al menos cuando este derecho es sólo trabajo legaloide de quienes huyen del obligado debate.
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