Es unánime el apartar a
esta historia fuera de las de fantasmas, pues el nacimiento de esta obra se dio
al encarnar la falta de esperanza y de perfección, y llegó a éxito por dar vida
a la herejía.
Mary
Shelley, hija de una mujer con voz propia, llena de pasión y de anhelo hacia
otro mundo, creció así, entre sueños intranquilos, entre noches silenciosas y
la sofocante imposibilidad de vivir y amar como ella quería.
Pese
a ello, decidió llenar sus pulmones con un aire nuevo, calentar su rostro con
un nuevo sol, ceder ante la felicidad y hundirse en el abrazo ajeno. Y, fue
justo en ese momento en el que un ensordecedor rayo, con su poderosa descarga
de electricidad, paralizó su poética idea de que no había existencia sin amor.
Bajo
ese dolor inconsolable, se dio cuenta de que el egoísmo y el narcisismo pueden
producir vida, de que en las noches más oscuras los lobos pueden temer a sus
presas, fue en ese momento en el que ella pudo ver.
Así,
sin vendas en los ojos, desechó pensamientos y voces ajenas y regresó a la
vida. En su regreso venia en compañía de lo que para algunos era un monstruo, pero para
otros se trataba de un ser que superaba cualquier superstición, fundido con el
dolor y la venganza, capaz de aplastar el alma humana.
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