viernes, 10 de julio de 2020

“Frankenstein o El Moderno Prometeo” – Mary Shelley.



Por Jesus Emmanuel Vargas Manriquez 

Es unánime el apartar a esta historia fuera de las de fantasmas, pues el nacimiento de esta obra se dio al encarnar la falta de esperanza y de perfección, y llegó a éxito por dar vida a la herejía.

Mary Shelley, hija de una mujer con voz propia, llena de pasión y de anhelo hacia otro mundo, creció así, entre sueños intranquilos, entre noches silenciosas y la sofocante imposibilidad de vivir y amar como ella quería.

Pese a ello, decidió llenar sus pulmones con un aire nuevo, calentar su rostro con un nuevo sol, ceder ante la felicidad y hundirse en el abrazo ajeno. Y, fue justo en ese momento en el que un ensordecedor rayo, con su poderosa descarga de electricidad, paralizó su poética idea de que no había existencia sin amor.

Bajo ese dolor inconsolable, se dio cuenta de que el egoísmo y el narcisismo pueden producir vida, de que en las noches más oscuras los lobos pueden temer a sus presas, fue en ese momento en el que ella pudo ver.

Así, sin vendas en los ojos, desechó pensamientos y voces ajenas y regresó a la vida. En su regreso venia en compañía de  lo que para algunos era un monstruo, pero para otros se trataba de un ser que superaba cualquier superstición, fundido con el dolor y la venganza, capaz de aplastar el alma humana.

El Dr. Frankenstein, como muchos otros, es culpable por haber creído, es el arquitecto de su propia miseria, torturado por sus propios miedos, destinado a maldecir su propia creación y a caminar de la mano con el arrepentimiento y el horror. 

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