jueves, 4 de marzo de 2021

Europa: ¿sigue valiendo la pena?

 


Por: Eduardo Rodríguez 

« Un jour viendra où vous France, vous Russie, vous Italie, vous Angleterre, vous Allemagne, vous toutes, nations du continent, sans perdre vos qualités distinctes et votre glorieuse individualité, vous vous fondrez étroitement dans une unité supérieure, et vous constituerez la fraternité européenne »

- Victor Hugo, 1849

 

(Un día vendrá en el que vosotras, Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea)           

Si hace apenas unos meses me hubiese formulado la pregunta que da título al presente texto, la respuesta posiblemente habría resultado diametralmente opuesta a la que formularé a continuación. Esto sugiere no solo que los tiempos que vivimos son cambiantes y que exigen constantes (r)evoluciones, sino también que la existencia de la superestructura que comúnmente denominamos « Europa » no puede darse por sentada, en ningún momento.

            La trillada frase de « la unión hace la fuerza » guarda algo de verdad —como suelen hacerlo las frases trilladas—. En el caso de la Unión Europea, para todos los países de la región occidental del viejo continente, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial con las repercusiones y saldos mortales de los que todos somos conscientes, parecía una verdad obvia que unidos serían más fuertes. El objetivo principal era el de prevenir otro conflicto armado —apelar a la pura lógica había probado ser insuficiente para alcanzar esa tarea[1]—, debía existir una manera en la que, a pesar de las disparidades y fuertes diferencias culturales —que siguen imperando hasta hoy día, más de esto a continuación—, fuese posible mantener un estado sólido de paz; su fragilidad había quedado ya evidenciada con dos guerras mundiales catastróficas.

            En la declaración del 9 de mayo de 1950 —antecedente inmediato de lo que hoy conocemos como Unión Europea—, el ministro de asuntos exteriores francés Robert Schuman resumió todos estos ideales: « Una Europa unida no fue alcanzada y tuvimos guerra. Europa no será hecha en un solo momento o siguiendo un solo plan. Será construida a través de logros concretos que en primer término crean una solidaridad de facto »[2]. A continuación remarcó que dicha estabilidad no será alcanzada mas que limando las históricas asperezas entre Francia y Alemania, y propuso una serie de acuerdos económicos y de producción industrial que volverían virtualmente imposible otro enfrentamiento entre ambos estados.

            Y allí la esencia de la Unión Europea, referida en una declaración pretérita a su propia gestación formal: la cooperación a nivel económico, en búsqueda de un mercado común, cuyo bienestar trajera aparejada la estabilidad en la relación entre sus países miembro —i.e. la paz—. Esta esencia, después de más de medio siglo después, no ha cambiado; la base en la unión de las naciones europeas sigue siendo el propósito de presentarse como un bloque económico con suficiente poderío para competir en un mundo donde no solo compiten con los Estados Unidos y Rusia, sino contra el gigante oriental que es China.

            La existencia de un orden jurídico europeo tiene, entonces, una finalidad primordial concreta —la económica—, que dista bastante de las elaboraciones teóricas que anuncian una unidad del derecho en general en toda una región —la “convencionalización” del derecho interno o de las constituciones de los estados miembros de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, por ejemplo—. La misión de la Unión Europea y de su normativa es preponderantemente económica y es de allí de donde han derivado la pluralidad de éxitos.

            Esto quiere decir que el entendimiento de los derechos —esto es, de los derechos individuales— no es aprehendido en Europa como una idea hegemónica, bajo una interpretación unificadora. Claro que hay una Corte Europea de Derechos Humanos, pero su legitimidad depende de la estabilidad de la Comisión Europea en Bruselas y sus decisiones no pueden forzar el reconocimiento de derechos —o detener el desconocimiento de ellos, como en el reciente caso de Polonia, que ha restringido nuevamente las causas justificantes del aborto[3]—. Al contrario, las diferencias culturales y de tradiciones jurídicas son latentes y crean disonancias entre los estados miembros. El principio de laïcité en Francia juega un papel tan fundamental en la construcción de los derechos que difícilmente alguna interpretación de la Corte Europea podría revertir sus nociones arraigadas históricamente[4].

            Por tanto, las situaciones de tensión a raíz de los aspectos de cooperación económica ofrecen una paleta de diversidad suficiente para crear conflictos de orden legal, incluso por la manera en que se produce un tipo de queso[5]. Los derechos económicos al final del día se ven envueltos en tantas acciones de la cotidianidad europea que sus repercusiones —o afectaciones— llegan a relacionarse con otros tales como la libertad de tránsito o el ejercicio libre de las profesiones —piedras angulares en los acuerdos fundadores de la Unión—. Al centro, siempre, se encuentra el aspecto económico, la idea de un mercado común, de una competencia económica pacífica.

            Como ya mencionaba, es en este ámbito, el de la competencia económica, en donde Europa ha sabido demostrar supremacía. Fieles al espíritu comunitario, los artículos 101 y 102 del TFEU (Treaty on the Functioning of the European Union) ofrecen una mejor reglamentación, evaluación y entendimiento de la libre competencia que, por ejemplo, la Sherman Act de los Estados Unidos. Lo ha sido con tal magnitud que la comisionada de la Competencia Económica, Margrethe Vestager se ha convertido en el mayor terror de gigantes americanos como Apple, Facebook y Google[6].

            Hace unas semanas, en una profunda entrevista para el medio Atlantic Council, el presidente de Francia Emmanuel Macron ha expresado que Europa está preparada para los retos del futuro, para la era digital y para trazar un nuevo plan de colaboración con el Estados Unidos de Joe Biden[7]. Al mismo tiempo, Italia ha nombrado a su nuevo primer ministro, Mario Draghi, y parece lista para recuperar su puesto de relevancia dentro de Europa y del G7, después de pasar un fuerte periodo de inestabilidad política en manos de partidos populistas[8]. Lo que es más, a pesar de que Brexit (finalmente) ha sucedido, Europa y sus 27 tienen en Ursula von der Leyen una líder que parece decidida a desarrollar todo el potencial posible.

            Si el año pasado William Drozdiak vaticinaba que Macron podría ser el último presidente de Europa debido a la amenaza del populismo extendiéndose a través de la comunidad, la muerte cerebral de NATO, la poca capacidad de colaboración con el gobierno de Donald Trump y el reino burocrático y austero de Bruselas —apoyado fuertemente por la saliente canciller alemana Angela Merkel—[9], hoy hay lugar para ser más optimistas. Después de todo, la Unión Europea sigue siendo el experimento más exitoso de un sistema jurídico común en la historia moderna.

            Podemos concluir entonces que la unión sí hace la fuerza. O al menos que eso es lo que se sigue intentando demostrar.

           



[1] Gertrude Stein escribía en su libro Paris France —publicado en 1940 mientras los nazis invadían Francia— que los franceses aseguraban que no habría una nueva guerra porque no era “lógico”.

[2] https://www.robert-schuman.eu/en/declaration-of-9-may-1950.

[3] https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20210201/6209063/polonia-limita-forma-total-aborto.html.

[4] « La France est une République indivisible, laïque, démocratique et sociale. Elle assure l'égalité devant la loi de tous les citoyens sans distinction d'origine, de race ou de religion. Elle respecte toutes les croyances. Son organisation est décentralisée. () »

(La Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Ella asegura la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, de raza o de religión. Ella respeta todas las creencias. Su organización es descentralizada…)

« La laïcité n'est pas une opinion parmi d'autres mais la liberté d'en avoir une. Elle n'est pas une conviction mais le principe qui les autorise toutes, sous réserve du respect de l’ordre public. »

(La laicidad no es una opinion entre otras, sino la libertad de tener una —de ellas—. No es una convicción, sino el principio que las autoriza a todas, bajo reserva de respetar el orden público).

[5] http://curia.europa.eu/juris/showPdf.jsf?text=emmenthal&docid=45852&pageIndex=0&doclang=ES&mode=req&dir=&occ=first&part=1&cid=1647779

[6]  https://www.wired.com/story/why-silicon-valley-should-fear-europes-competition-chief/

   https://www.nytimes.com/2018/05/05/world/europe/margrethe-vestager-silicon-valley-data-privacy.html

[7] https://www.atlanticcouncil.org/event/a-conversation-with-french-president-emmanuel-macron-launching-the-europe-center/

[8] https://legrandcontinent.eu/es/2021/02/10/pasado-presente-y-futuro-de-mario-draghi-la-carrera-politica-de-un-tecnico/

https://services.euronews.com/2021/02/15/mario-draghi-what-will-a-new-technocrat-led-government-mean-for-italy-and-the-wider-eu

[9] William Drozdiak, The Last President of Europe: Emmanuel Macron’s Race to Revive France and Save the World. New York: PublicAffairs, 2020.

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