Por: Eduardo Rodríguez
« Un jour viendra où vous France, vous Russie, vous Italie,
vous Angleterre, vous Allemagne, vous toutes, nations du continent, sans perdre
vos qualités distinctes et votre glorieuse individualité, vous vous fondrez
étroitement dans une unité supérieure, et vous
constituerez la fraternité européenne »
- Victor Hugo, 1849
(Un día vendrá en el que vosotras, Francia, Rusia, Italia, Inglaterra, Alemania, todas vosotras, naciones del continente, sin perder vuestras cualidades distintivas y vuestra gloria individual, os fundiréis estrechamente en una unidad superior y constituiréis la fraternidad europea)
Si
hace apenas unos meses me hubiese formulado la pregunta que da título al
presente texto, la respuesta posiblemente habría resultado diametralmente
opuesta a la que formularé a continuación. Esto sugiere no solo que los tiempos
que vivimos son cambiantes y que exigen constantes (r)evoluciones, sino también
que la existencia de la superestructura que comúnmente denominamos « Europa »
no puede darse por sentada, en ningún momento.
La trillada frase de « la unión hace la fuerza » guarda
algo de verdad —como suelen hacerlo las frases trilladas—. En el caso de la
Unión Europea, para todos los países de la región occidental del viejo
continente, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial con las repercusiones y
saldos mortales de los que todos somos conscientes, parecía una verdad obvia
que unidos serían más fuertes. El objetivo principal era el de prevenir otro
conflicto armado —apelar a la pura lógica había probado ser insuficiente para
alcanzar esa tarea[1]—, debía existir una manera en la que,
a pesar de las disparidades y fuertes diferencias culturales —que siguen
imperando hasta hoy día, más de esto a continuación—, fuese posible mantener un
estado sólido de paz; su fragilidad había quedado ya evidenciada con dos
guerras mundiales catastróficas.
En la declaración del 9 de mayo de 1950 —antecedente
inmediato de lo que hoy conocemos como Unión Europea—, el ministro de asuntos
exteriores francés Robert Schuman resumió todos estos ideales: « Una Europa
unida no fue alcanzada y tuvimos guerra. Europa no será hecha en un solo
momento o siguiendo un solo plan. Será construida a través de logros concretos
que en primer término crean una solidaridad de facto »[2]. A continuación remarcó que dicha
estabilidad no será alcanzada mas que limando las históricas asperezas entre
Francia y Alemania, y propuso una serie de acuerdos económicos y de producción
industrial que volverían virtualmente imposible otro enfrentamiento entre ambos
estados.
Y allí la esencia de la Unión Europea,
referida en una declaración pretérita a su propia gestación formal: la
cooperación a nivel económico, en búsqueda de un mercado común, cuyo bienestar
trajera aparejada la estabilidad en la relación entre sus países miembro —i.e.
la paz—. Esta esencia, después de más de medio siglo después, no ha cambiado;
la base en la unión de las naciones europeas sigue siendo el propósito de
presentarse como un bloque económico con suficiente poderío para competir en un
mundo donde no solo compiten con los Estados Unidos y Rusia, sino contra el
gigante oriental que es China.
La existencia de un orden jurídico europeo tiene, entonces, una
finalidad primordial concreta —la económica—, que dista bastante de las
elaboraciones teóricas que anuncian una unidad del derecho en general en toda
una región —la “convencionalización” del derecho interno o de las
constituciones de los estados miembros de la Convención Interamericana de
Derechos Humanos, por ejemplo—. La misión de la Unión Europea y de su normativa
es preponderantemente económica y es de allí de donde han derivado la
pluralidad de éxitos.
Esto quiere decir que el
entendimiento de los derechos —esto
es, de los derechos individuales— no es aprehendido en Europa como una idea
hegemónica, bajo una interpretación unificadora. Claro que hay una Corte
Europea de Derechos Humanos, pero su legitimidad depende de la estabilidad de
la Comisión Europea en Bruselas y sus decisiones no pueden forzar el
reconocimiento de derechos —o detener el desconocimiento de ellos, como
en el reciente caso de Polonia, que ha restringido nuevamente las causas
justificantes del aborto[3]—. Al contrario, las diferencias
culturales y de tradiciones jurídicas son latentes y crean disonancias entre
los estados miembros. El principio de laïcité en Francia juega un papel
tan fundamental en la construcción de los derechos que difícilmente alguna
interpretación de la Corte Europea podría revertir sus nociones arraigadas
históricamente[4].
Por tanto, las situaciones de tensión a raíz de los aspectos de
cooperación económica ofrecen una paleta de diversidad suficiente para crear
conflictos de orden legal, incluso por la manera en que se produce un tipo de
queso[5]. Los derechos económicos al final del
día se ven envueltos en tantas acciones de la cotidianidad europea que sus
repercusiones —o afectaciones— llegan a relacionarse con otros tales como la
libertad de tránsito o el ejercicio libre de las profesiones —piedras angulares
en los acuerdos fundadores de la Unión—. Al centro, siempre, se encuentra el
aspecto económico, la idea de un mercado común, de una competencia económica
pacífica.
Como ya mencionaba, es en este ámbito, el de la competencia económica,
en donde Europa ha sabido demostrar supremacía. Fieles al espíritu comunitario,
los artículos 101 y 102 del TFEU (Treaty on the Functioning of the
European Union)
ofrecen una mejor reglamentación, evaluación y entendimiento de la libre
competencia que, por ejemplo, la Sherman Act de los Estados Unidos. Lo ha sido
con tal magnitud que la comisionada de la Competencia Económica, Margrethe
Vestager se ha convertido en el mayor terror de gigantes americanos como Apple,
Facebook y Google[6].
Hace unas semanas, en una profunda
entrevista para el medio Atlantic Council, el presidente de Francia Emmanuel
Macron ha expresado que Europa está preparada para los retos del futuro, para la era digital
y para trazar un nuevo plan de colaboración con el Estados Unidos de Joe Biden[7]. Al mismo tiempo, Italia ha nombrado
a su nuevo primer ministro, Mario Draghi, y parece lista para recuperar su
puesto de relevancia dentro de Europa y del G7, después de pasar un fuerte
periodo de inestabilidad política en manos de partidos populistas[8]. Lo que es más, a pesar de que Brexit
(finalmente) ha sucedido, Europa y sus 27 tienen en Ursula von der Leyen una
líder que parece decidida a desarrollar todo el potencial posible.
Si el año pasado William Drozdiak vaticinaba
que Macron podría ser el último presidente de Europa debido a la amenaza del
populismo extendiéndose a través de la comunidad, la muerte cerebral de NATO,
la poca capacidad de colaboración con el gobierno de Donald Trump y el reino
burocrático y austero de Bruselas —apoyado fuertemente por la saliente
canciller alemana Angela Merkel—[9], hoy hay lugar para ser más
optimistas. Después de todo, la Unión Europea sigue siendo el experimento más
exitoso de un sistema jurídico común en la historia moderna.
Podemos concluir entonces que la unión sí hace la fuerza. O al menos que
eso es lo que se sigue intentando demostrar.
[1] Gertrude Stein escribía en su libro Paris France —publicado en
1940 mientras los nazis invadían Francia— que los franceses aseguraban que no
habría una nueva guerra porque no era “lógico”.
[2]
https://www.robert-schuman.eu/en/declaration-of-9-may-1950.
[3]
https://www.lavanguardia.com/vida/junior-report/20210201/6209063/polonia-limita-forma-total-aborto.html.
[4] « La France est une
République indivisible, laïque, démocratique et sociale. Elle assure
l'égalité devant la loi de tous les citoyens sans distinction d'origine, de
race ou de religion. Elle respecte toutes les croyances. Son organisation est
décentralisée. (…) »
(La Francia
es una República indivisible, laica, democrática y social. Ella asegura la
igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, de raza
o de religión. Ella respeta todas las creencias. Su organización es
descentralizada…)
« La laïcité n'est pas une
opinion parmi d'autres mais la liberté d'en avoir une. Elle n'est pas une
conviction mais le principe qui les autorise toutes, sous réserve du respect de
l’ordre public. »
(La laicidad
no es una opinion entre otras, sino la libertad de tener una —de ellas—. No es
una convicción, sino el principio que las autoriza a todas, bajo reserva de
respetar el orden público).
[5] http://curia.europa.eu/juris/showPdf.jsf?text=emmenthal&docid=45852&pageIndex=0&doclang=ES&mode=req&dir=&occ=first&part=1&cid=1647779
[6] https://www.wired.com/story/why-silicon-valley-should-fear-europes-competition-chief/
https://www.nytimes.com/2018/05/05/world/europe/margrethe-vestager-silicon-valley-data-privacy.html
[7] https://www.atlanticcouncil.org/event/a-conversation-with-french-president-emmanuel-macron-launching-the-europe-center/
[8]
https://legrandcontinent.eu/es/2021/02/10/pasado-presente-y-futuro-de-mario-draghi-la-carrera-politica-de-un-tecnico/
https://services.euronews.com/2021/02/15/mario-draghi-what-will-a-new-technocrat-led-government-mean-for-italy-and-the-wider-eu
[9] William Drozdiak, The Last President of Europe: Emmanuel Macron’s Race to
Revive France and Save the World. New York: PublicAffairs, 2020.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario