Sus palabras, como mimos al intelecto, y siempre lanzadas
al amor y a la estética prohibida de su
tiempo.
Con su chaqueta de terciopelo y sus zapatillas de charol,
agitaba las mentes locales y extrajeras; brindando un escape a la generalizada
vulgaridad. Un romántico hasta el delirio, capaz de competir con la pluma de un
ángel.
El insuperable Wilde, el que nos enseñó a abalanzarnos al
amor a escondidas y en público, y que la unión de dos almas supera cualquier
juicio hecho por los ojos ajenos.
“El Príncipe feliz”, así de exquisito es. Montando el
escenario en el que dos seres se encuentran condenados a vivir entre sueños e
inacabables sonrisas, pero que, a la vez, desde distintas alturas, conocerán el
infierno de la ofensiva parafernalia y de la marginación que viven aquellos que
no reprimen sus sueños, y de ese amor más puro y brilloso, incomparable al
mismo oro.
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