miércoles, 14 de octubre de 2020

El espejismo de la igualdad en las democracias actuales



por Jorge Herrera Moreno

Mucho se habla sobre las distintas virtudes que como ciudadanos gozamos al vivir en Estados democráticos, el emblema por excelencia en esta forma de gobierno es “la igualdad” como condición que nos permite a los individuos desarrollarnos dentro del conjunto social como iguales en entornos de pluriculturalidad, de distintos niveles socioeconómicos y hasta del género al que pertenecemos, factores que sin lugar a duda visibilizan de manera clara la forma en que se manifiesta y maximiza este principio fundamental y piedra angular en las sociedades contemporáneas.

Sin embargo, esta ventaja indiscutible dentro de la forma de gobierno en comento parece cada vez más un espejismo producto de un anhelo colectivo que una realidad tangible en las dinámicas sociales del presente. Han transcurrido ya más de tres siglos desde que en la época de la llamada Edad Moderna el pensamiento de Jean Jacques Rousseau manifiesto en su célebre obra del Contrato Social presentó la disruptiva idea (en su momento) sobre la soberanía popular y el necesario plano de igualdad en la que esta se desenvuelve, y así el transcurrir del tiempo en conjunto con las revoluciones sociales venideras tuvieron un profundo impacto social que implantó y germinó la semilla de la democracia a lo largo y ancho del mundo entero. Hoy en día con toda la disponibilidad de información de la que gozamos existe una pregunta que es más un reproche formulado dentro de un cuestionamiento muy legítimo para las democracias: ¿realmente los ciudadanos vivimos en un plano de igualdad?

La respuesta a la interrogante clave para el entendimiento en los tropiezos del plano democrático lamentablemente es un rotundo no. Sin entrar al plano natural entre la imposibilidad fáctica de un reparto material igualitario de la riqueza, este breve artículo tiene como finalidad poner en tela de juicio el plano de desigualdad entre ciudadanos en su esfera de derechos y condiciones producto del ejercicio mismo de estos derechos, en este orden de ideas el ejemplo palpable es la notoria desigualdad entre ciudadanos en base a su género (no es un secreto pero quizá un tema un tanto incómodo y por consecuencia vedado de los discursos políticos de nuestros representantes) que todas las democracias actuales (en mayor o menor medida) padecen de este mal pues el espejismo de igualdad se desvanece en todos los ámbitos de la vida de las ciudadanas frente a sus homólogos hombres, desde la esfera escolar, la laboral y hasta la seguridad misma tienden a ser campos sociales restringidos o más limitados para la mujer.

En México los datos nos muestran un panorama desalentador al respecto: de acuerdo al censo realizo en 2018 a cargo de Instituto Nacional de Estadística y Geografía (en adelante INEGI) el 51.1% de la población mexicana está conformada por mujeres de las cuales solo el 68.7% en edad para realizar su educación básica estuvo inscrita en el ciclo escolar 2017-2018 (la educación básica contempla el prescolar, primaria y secundaria de acuerdo a lo establecido por la Constitución Federal en su artículo 3°), a este grave factor sobre la disponibilidad del derecho a la educación para las mujeres se suma el campo laboral donde las cifras nos muestran un panorama más sombrío pues en 2019 solo el 44.9% de las mujeres en edad para ser económicamente activas se desempeña en una actividad económica remunerada  en contraposición con el 77.1% de los hombres  en esta condición, además en 2019 el promedio de ingreso mensual real para las mujeres estadísticamente fue de $3,667.00 mientras que el del hombre fue de $4,437.00, aunado a lo anterior y de acuerdo a datos del mismo INEGI en el grupo de ocupación de la encuesta con mejor percepción económica por hora trabajada  que es el de funcionarios y directivos de los sectores público, privado y social las mujeres en este rubro tienen un ingreso promedio por hora de $83.8 mientras que para los hombres en el mismo rubro se arroja la cifra de $111.7.

En España la situación no es muy diferente y prueba de ello es el reciente proyecto de decreto del gobierno en mención, cuyo objetivo es la prohibición expresa de desigualdad salarial entre géneros, de esta manera será obligación de las fuentes de trabajo desarrollar y presentar un registro de sus salarios por género. Y aunque pudiéramos pensar que la idea encierra un fin loable la realidad nos exige a ser más críticos, en base a esto considero que la igualdad que se busca entre hombre y mujeres no basta (y a mi juicio no es un buen punto de partida) para materializar este deseable cambio se deben generar las condiciones previas para hacer efectiva la prohibición legal de algo, nuestros sistemas en el poder público están corrompidos y comprometidos por ideas obscenamente absurdas que buscan construir prescindiendo de los cimientos mismos de su obra.

Como podemos observar a través de un brevísimo análisis de la compleja situación en que operan los ciudadanos de distintos géneros en el supuesto plano de igualdad como condición indispensable de las democracias actuales puedo concluir que tal condición no existe, la manifestación de un plano igualitario no solo opera en el ejercicio de derechos indispensables para la vida democrática como el voto, se trata (además y actualmente sobre todo) como la generación de condiciones necesarias para garantizar la esfera de derechos y su ejercicio en todos los ciudadanos, sin distinción de género y con especial enfoque hacia las mujeres quienes en el colectivo social de las distintas sociedades democráticas en el mundo son percibidas como ciudadanos de segunda clase y a su vez genera el factor de espejismo democrático que pugna por la igualdad.

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